Es posible que Perrobola no pase del día de hoy, está muy enfermo y la prognosis de su doctor no es buena. Ha sido un buen perro durante más de 10 años, ha masticado muchas cosas que no debía y rascado en otras más en las que no debió escarbar. No obstante algunos hábitos que me han disgustado en su momento siempre ha sido un buen miembro de su especie, ha portado con dignidad su condición de perro y realizado con dedicación su labor en el mundo.
Perrobola fue un sobreviviente, me lo dieron muy chiquito porque su mamá lo había rechazado después de una visita al veterinario. Lo estuve alimentando con una jeringuilla que no le gustaba nada hasta que se dio cuenta lo bien que le caían en la panza lo 10 o 20 mililitros de fórmula que le daba cada pocas horas. Era tan chiquito que pensé que no pasaría de algunos días, pero era un cachorro muy fuerte y una vez que se le quitó lo melindroso todo fue comer y crecer, que es algo que los cachorros tienen que hacer antes de jugar y ladrar.
Su entendimiento de lo que es bueno para la panza le alcanzaba para todo, sobre todo cuando se enteró de cuál era la función de las croquetas y le gustaba escurrirse para meterse en la bolsa de croquetas para robarse uno o dos bocados antes de que alguien lo sacara de la bolsa de la abundancia.
Siempre fue un perro amistoso, se hizo amigo de la señora que vende las tortillas, tanto que siempre le regalaba una cada vez que llevaba el "entriego" del día. Ladraba para avisar que había alguien en la puerta pero no de manera agresiva, es bueno que en todos sus años pensara que todos los humanos eran amigos potenciales.
Para Perrobola las tapas de los garrafones de agua tenían una función bien definida: los garrafones venían con su premio para jugar, así que cuando alguien cambiaba el garrafón del agua esperaba a que le dieran la tapa para irse a jugar con ella.
No sabía trucos pero siempre saludaba de mano, no sé quién se lo enseñó pero cuando llegaba a verlo no se quedaba tranquilo hasta que le tomaba la pata extendida. No era el tipo de perro que demandara mucha atención, después de 10 segundos de súper emoción pasaba al estado de simple emoción y después de saludar de mano y aceptar un par de caricias se iba a hacer sus cosas aunque siempre estaba atento por si alguien le quería dar más atención.
Siempre están ahí ...
Una de las cosas que más me han llamado la atención de los libros de José Saramago es el lugar que ocupan los perros en sus novelas, ahí están, callados, fieles, guardianes incondicionales en causas imposibles, compañeros incansables en caminos interminables de viajes sin sentido pero con propósito. Recuerdo que en una de sus novelas un perro llegó a un hogar donde la señora de la casa juró que nunca más habría otro perro en esa casa después de que se había muerto el último. Creo que entiendo los sentimientos de la señora, los perros no debieran morir, o al menos deberían vivir lo mismo que el compañero bípedo. Siendo como son los perros, la señora no tuvo más remedio que aceptarlo y renunciar a su juramento. Estoy seguro que las potencias metafísicas miraron para otro lado cuando el mencionado juramento quedó en calidad de nulo y el perro entró a la casa.
Es evidente que Saramago era un hombre que los quería mucho, recuerdo que en su blog escribió con cierta extensión sobre el tema de los caniches portugueses cuando Bo, el perro de las niñas de Obama, llegó a ocupar su puesto de primer perro en la Casa Blanca. Bo era un cachorro de lo más simpático, pequeño, peludo, todo negro con sus patitas blancas. Creo que una de las portadas más memorables de The New Yorker es la de abril de 2009 que tiene al perrito enfrente de la Casa Blanca.
Los perros en las novelas de Saramago no dicen nada, pero hacen tanto que pareciera que sin ellos los personajes se quebrarían por el peso de la trama. No sé si yo los quiero igual, pero sin duda entiendo el afecto de viejo maestro por sus caniches portugueses y por todos los perros del mundo.
La tentación del juramento
Me imagino que cada vez que un perro muere, su compañero se siente tentado a jurar lo mismo que ese personaje que no quería un perro más después de la despedida del último. Pero los perros han evolucionado para quebrar esos compromisos morales; con sus juegos, lealtad incondicional y toda la panoplia que los perros han acumulado durante más de 15,000 años de domesticación de la raza humana.
Cuando veo un cachorrito haciendo gracias lo miro con firmeza y le digo que sé perfectamente cuál es su plan y que no va a funcionar porque no me lo voy a llevar conmigo. Personalmente, si no fuera tan estricto con los cachorros es muy probable que ya tuviera más de los que pudiera atender.
No hay comentarios:
Publicar un comentario